El régimen jurídico romano contemplaba dos instituciones para la emergencia: la dictadura y el plebiscito; ambas explican lo que se conoce como “estado de excepción”, y desde ese lugar, permiten interpretar en gran parte los movimientos políticos capitales de la historia.
La primera es el origen de las facultades delegadas del Congreso al Ejecutivo. Era una concesión que por seis meses y en situaciones extremas hacía el Senado a una persona para que pudiera liderar ágilmente la salida; fue el fin de Julio César, cuando pretendió su perpetuidad. La segunda nace con el reconocimiento a los generales vencedores, a través de lo que se llamaba el triunfo y la ovación; el vínculo directo con el pueblo que se manifestaba con esos griteríos fulgurantes.
El gobierno está en una encrucijada. Cometió un error grave, que lo hizo perder dos meses muy valiosos, más de la mitad del período de luna de miel, donde la opinión pública es más piadosa. La causa es la incomprensión entre medios y fines, que determinan la dinámica política: un proyecto político adquiere rasgos de realidad cuando se usan los dispositivos jurídicos adecuados. De otro modo queda en una quimera, que es el riesgo hoy pendiente, a raíz de haber utilizado medios ineptos: una idea vieja y desgastada, como la ley ómnibus, y otra inadecuada para el caso, como un decreto de necesidad y urgencia.
En términos de imagen, del viejo cuento del “amigo/enemigo” traducido en el concepto de casta, seguramente todo muy bien. En términos de transformaciones estructurales, nada.
Acciones sin resultados. Tanto, que las normas en potencia no están ni a mitad de camino y ya fueron podadas de sus aspectos capitales (i.e. lo fiscal y laboral). Quedó claro que desde que se escribió El Príncipe hasta acá, no hay nada nuevo bajo el sol de las ciencias políticas: todas son notas al pie de MAQUIAVELO, y no hacerle caso o peor, no leerlo) con la excusa de refundaciones políticas, es simplemente una torpeza.
Y así llegamos a Roma, con dos fuerzas opuestas.
De un lado, la ovación del 56% de la segunda vuelta electoral se va deshilachando; del otro, lo más importante (si no lo único) que importa a esta altura son las facultades delegadas, su extensión de objeto y tiempo. Es lo que eventualmente podría permitir implementar algunos cambios acelerados al Poder Ejecutivo.
Sin eso, no hay nada. Bueno, siempre queda la astucia de la ovación como método de presión a través de un plebiscito, con dos contras: el tiempo juega en contra y es un tiro que difícilmente acepte repeticiones, además de no ser vinculante.
Así y todo, hay motivo para festejar. Un gobierno con un proyecto disruptivo ha mostrado apego institucional, desde un lugar muy difícil que es una presencia magra en el Congreso, una burocracia hostil que no ha reemplazado (o no ha querido reemplazar) y un poder judicial que aún no se ha expresado en serio. Esperemos, por el bien de todos, que empiecen los aciertos de una vez.
ESF
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