Por Tomás Heredia *
El título que precede a este escrito parafrasea a la célebre obra de Arthur Miller, escrita a mitad del siglo pasado y que trata sobre los avatares de la inmigración ilegal. Transcurre en los suburbios de Nueva York, donde los asentamientos clandestinos son acosados por funcionarios del Gobierno con amenazantes medidas de expulsión, sin piedad y sin contemplaciones, todo a la sombra del puente de Brooklyn.
Hay otro puente que es todo un símbolo en nuestra Patagonia. Me refiero al centenario cruce ferro carretero que desde Carmen de Patagones cruza el Río Negro y da inicio al auténtico paisaje de estepa que caracteriza a nuestras provincias del sur.
Allí, en la década de los noventa se desarrolló una pujante actividad minera que prendió fuerte en Santa Cruz y aún se mantiene con cierta solvencia; tuvo un impulso exploratorio esperanzador en Río Negro, reverdeciendo el interés que prevaleció basado en la producción de fluorita, diatomita, plomo, plata, zinc y hasta arcillas para cerámica y otras rocas industriales. Recordemos por ejemplo que en los años cincuenta Mina Gonzalito llegó a ser la principal productora de plata del país y la fluorita y el wolfram de Mina San Martín pusieron en el mapa a la localidad de Valcheta como un distrito de gran interés minero.
Esos años virtuosos que respondieron a las políticas mineras de la época, se empalmaron con la bonanza de los primeros años de los noventa. Sin embargo tuvieron un incipiente y exitoso inicio en Chubut que muy rápidamente se derrumbó merced a los feroces ataques de las campañas antimineras, cuyo germen creció exponencialmente en Esquel, donde el Cordón del mismo nombre y de extraordinario potencial aurífero, fue descartado sin ninguna señal positiva hasta el momento.
El mismo camino siguió el depósito de plata Navidad, para muchos el más grande del mundo, donde también colaboraron para ello los gobiernos que se sucedieron en medidas carentes de interés por poner en valor recursos mineros, capaces de haber dado vuelta dramáticamente la economía de la provincia. Un capítulo aparte es Neuquén, que hace ya muchos años abandonó su interés por minería y fue quedando huérfana de inversiones privadas y compañías exploradoras, merced quizás a la combinación letal de gobiernos provinciales adictos únicamente a los hidrocarburos y una compañía minera estatal que fracasó irremediablemente.
Resumiendo hasta aquí, Santa Cruz sigue trabajando, explorando y produciendo metales; Chubut es un gigante dormido que esperemos no tenga un sueño eterno y Río Negro sigue una ruta zigzagueante muchas veces difícil de entender, cuando en los noventa había al menos una veintena de empresas exploradoras y hoy son apenas seis o siete las que no quieren tirar por la borda las inversiones hechas y los proyectos de buen pronóstico. La producción de diatomita y otros no metalíferos sobreviven al tsunami que viene barriendo la provincia desde el fin de los noventa.
Hasta ahora se sigue esperando acciones de gobierno certeras y contundentes, en cuanto a realmente acompañar al desarrollo minero de Chubut y Río Negro, para abrir la puerta a la inversión sostenida que presupone nuestra industria, en un mundo que empieza a requerir con avidez metales básicos, nobles y críticos. Argentina sigue siendo la última frontera de Occidente que todavía no consolidó en todo su territorio la puesta en marcha de la producción minera, madre de todas las industrias, como nos enseñaron en el primario. La Naturaleza premió a nuestro país con una membresía en el Triángulo de Litio y las provincias del NOA ya están empezando a recibir los beneficios producidos por las sales alcalinas alumbradas en sus territorios. En las antípodas territoriales Patagonia sigue esperando.
Por eso se me ocurre este panorama análogo a la obra literaria de Miller, mirado desde el coloso de acero sobre el Río Negro, que es una de las puertas de entrada hacia nuestro sur patagónico: Hace décadas que esperamos políticas de estado provinciales que piensen no sólo en el aspecto recaudatorio que ofrecen las regalías y los cánones mineros, sino también en decisiones mucho más ambiciosas que favorezcan la inversión externa, el empleo privado y en definitiva el desarrollo integral de sus territorios.
De nada sirve guardar bajo el suelo las riquezas que pertenecen también a las generaciones que nos sucederán y cuya demanda requiere ahora el mundo. Sus beneficios podrán transformar el futuro. Me siento parte de un empresariado que se parece mucho a esos inmigrantes descriptos por Arthur Miller y tratados como ilegales, porque vienen a alterar la larga siesta de la burocracia y la comodidad estatal.
* Socio Gerente de Trendix Mining – Asesor académico
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