Silvana Culjak,
Lic. en Psicología. Trabajó en Barrick Gold, Goldcorp, PAS, entre otras. MBA especializada en RRHH. Coach Ejecutiva Certificada.
Desde hace varios años escuchamos que el mundo del trabajo va a cambiar… en algunos esto resuena de forma positiva como una promesa; en otros genera angustia, temor y es vivido como amenaza.
Lo cierto es que hay procesos que no pueden frenarse, el mundo está cambiando de forma acelerada. El futuro del trabajo nos presenta innumerables desafíos, ya lo anticipó la OIT en el informe de la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo en 2019.
La pandemia de coronavirus que estamos viviendo en 2020 nos deja expuestos frente a la realidad de nuestra sociedad. La normalidad cambió y nos muestra las brechas frente a los requerimientos de un futuro que se anticipó.
Seguramente a los cambios que debieron implementarse de forma acelerada, y sin planificación alguna en el mundo del trabajo, también se sumará una reconfiguración geopolítica a nivel mundial que impactará aún más en los procesos que estamos viviendo.
En estos días donde la proximidad es un riesgo, somos más conscientes que nunca de nuestras limitaciones en términos de implementación e instrumentalización de nuevas tecnologías.
¿Estamos preparados para la era digital? De acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), en Argentina el porcentaje de trabajos que tienen el potencial para realizarse desde el hogar se encuentra entre un 27% y un 29% de los totales. Aunque, si se considera la cantidad de hogares con uso efectivo de computadoras, la cifra se reduce a 18%.
Frente a la pregunta anterior y a los datos expuestos, las organizaciones privadas y públicas se encuentran con el gran desafío de acelerar sus procesos de adaptación a nuevas formas de trabajo, se debe facilitar el acceso al mundo virtual. Inmediatamente pensamos en la inversión económica que esto requiere en un contexto de crisis, y en lo mandatorio de hacerlo para poder continuar con las actividades laborales que generan ingresos.
Durante estas semanas, un gran número de personas tuvo una inducción práctica acelerada en los procesos de trabajo remoto que implican el Home Office y el Teletrabajo. Si bien estos procesos no son para nada nuevos, resultaban desconocidos e impensados para muchos.
Ambos conceptos tienen en común la concepción de una contribución de las personas en término de valor agregado y no en cumplimiento de horas de trabajo. Comienza a dejar de ser relevante el lugar desde dónde se trabaja, se habla de productividad y no de presencia.
El teletrabajo ya no es un beneficio, sino una forma de flexibilizarse ante situaciones críticas para la organización. A diferencia del Home Office, donde se relocaliza totalmente el espacio de trabajo en casa, y puede desarrollarse en otras ciudades o países; el teletrabajo permite flexibilidad de trabajo algunos días u horas semanales. Ambos sistemas adquirieron relevancia mundial en las últimas semanas, y seguirán siendo las formas de trabajo más seguras en tanto la distancia social nos permitaestar a salvo frente a la pandemia.
Las organizaciones que aún se están adaptando a las nuevas tecnologías, tienen que redefinir sus estructuras y ver cuáles son las tareas que aún van a necesitar de esfuerzo humano presencial. También deben poder medir los objetivos estratégicos, conocer claramente el valor que aporta cada uno desde su área y su rol, y poder definir métricas cuantitativas y cualitativas de seguimiento.
Deberán modificar el valor y la cultura de la organización. Este proceso necesitará un equipo que confíe en la tecnología, y tenga buenas habilidades de adaptación para trabajar con máquinas y sistemas virtuales. La automatización necesita colaboradores que sean adaptables y flexibles al rápido desarrollo e implementación de nuevos métodos.
En nuestra sociedad estas nuevas modalidades de trabajo aún no están arraigadas, y además de la adaptación a las nuevas tecnologías, este proceso requiere un desafío cultural y un cambio de paradigma. El trabajo por objetivos demanda el fortalecimiento del compromiso y la confianza en las partes involucradas, debemos adaptar la realidad laboral a un contexto en el cual no podemos vernos, y en el cual requerimos de feedback continuo. La gestión remota es un desafío, y requiere la colaboración de líderes preparados para establecer pautas claras y monitoreo participativo constructivo.
Las situaciones de incertidumbre generan miedo hacia lo desconocido, pero la crisis actual también puede ser una oportunidad para impulsar el cambio cultural que mejore enormemente la conciliación del trabajo y la vida personal. El ejercicio de inmersión digital y tecnológica acelerada al que se han visto obligadas muchas empresas, que no puede haber hecho otra cosa que beneficiarlas de cara al futuro, sería la mejor secuela que el coronavirus podría dejar a nuestras organizaciones.
Esta crisis nos sitúa frente a una gran oportunidad de transformación. Si logramos que este cambio impacte de manera positiva en las organizaciones, pueden verse favorecidas en términos económicos, y sobre todo generar una mejor calidad de vida de los colaboradores.
¿Será esta la respuesta a algunas preguntas sobre integración e inclusión que aún no logran responderse? ¿Se logrará en el corto plazo una reconversión de los perfiles operativos para hacer el trabajo más seguro a través de la tecnología? ¿Podremos lograr que estos cambios que debieron implementarse de forma abrupta por la pandemia, se mantengan por ejemplo en beneficios para las mujeres embarazadas y para una extensión de las licencias de maternidad y paternidad, especialmente en industrias como la minería?
“… Esta crisis nos sitúa frente a una gran oportunidad de transformación. Si logramos que este cambio impacte de manera positiva en las organizaciones, pueden verse favorecidas en términos económicos, y sobre todo generar una mejor calidad de vida de los colaboradores…”
Tal vez necesitábamos saber que sí es posible cumplir con los objetivos sin necesidad de permanecer cierto número de horas en nuestro lugar de trabajo; y que los procesos automáticos no reemplazan a las personas, sino que pueden trabajar para ellas mejorando su seguridad y su calidad de vida.
Algunos puestos de trabajo seguramente desaparecerán, y otros tantos surgirán. Lo importante es que la transición vaya acompañada de regulaciones que aseguren el cumplimiento de los derechos laborales establecidos en la LCT para cada trabajador, y que esta oportunidad no sea una excusa para un aumento del trabajo informal.
Bajo esa premisa, gran número de perfiles podrían integrarse virtualmente con la implementación de nuevas modalidades de trabajo: personas con limitaciones físicas, motoras, visuales, auditivas quedarían incluidas en actividades que anteriormente resultaba impensadas.
Es importante comprender que la adaptación no implica tener un gran número de títulos y especializaciones, implica poder estar dispuesto a aprender y ser flexible frente a los cambios que nos demanda el sistema y la realidad mundial. El diferencial que cada uno puede aportar será la velocidad para aprender a hacer cosas nuevas, aceptando retos y puntos de vista diversos; promoviendo la apertura a nuevos desafíos y entornos complejos con dedicación, creatividad y curiosidad.
Esta reflexión no sólo aplica al individuo, sino también a la organización. Aquellos entornos liderados desde la integración y no desde el discurso integrador, lograrán sortear los nuevos desafíos y adaptarse a los nuevos entornos, realizando aportes sociales significativos.
La implementación de nuevas tecnologías puede convertir a las organizaciones en lugares más humanos e inclusivos, que valoricen y respeten la soberanía sobre el tiempo de sus colaboradores, a la vez que favorecen el desarrollo de competencias para la empleabilidad a través de la formación.
Para finalizar, y citando al filósofo surcoreano Byung-Chul Han: “Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa por su propia supervivencia. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos Nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente nuestros sistemas, para salvarnos a nosotros, al clima y nuestro planeta”.
Publicado en Prensa GeoMinera