ARGENTINA | 06 de Diciembre de 2024
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06 de Diciembre de 2024
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BUENOS AIRES

Arequito y maní

Cada ciclo político que se inaugura enarbola la originalidad del cambio. Hay una necesidad comprensible de diferenciarse de lo anterior desgastado. En tiempos de crisis profunda de una sociedad como la argentina que no encuentra respuestas, se acentúa la tendencia hacia los extremos.

Para prever el devenir de los acontecimientos, conviene analizar la naturaleza del cambio en marcha.

Empecemos por lo que aparenta ser nuevo y no es más que una repetición de una idea instalada desde hace por lo menos dos decenios: el maniqueísmo, una visión bifronte desarrollada en el siglo III por MANI, un sabio parto que se consideraba el último profeta y proponía una religión en base a un mundo dividido entre luz y oscuridad, sin matices.

Antes de izquierdas, ahora de derechas, es el mismo discurso que alumbra una vez más el escenario político: en una esquina los buenos; en la otra, en dulce montón que aglomera todo lo que no está de acuerdo, los malos. No es un juicio de valor sino de una observación objetiva para entender algo central: bajo esa cosmovisión no hay vuelta atrás, no hay concesiones; es la tesis del “tómalo o déjalo”.

Lo esencial es caer en la cuenta de que es un monólogo que no reconoce ninguna virtud en el otro. Vamos a lo diferente. Tiene que ver con la eficiencia y la eficacia, es decir, con la capacidad instrumental para hacer que el cambio ocurra, y los resultados. A fin de cuentas, la política es discurso, pero sobre todas las cosas es resultados, que se logran a través de un proceso que es exitoso cuando los vuelve sustentables en el tiempo. Y aquí sí que hay algo novedoso: un gobierno que paradójicamente carece de los instrumentos institucionales (mayoría en el Congreso y ningún gobernador de su signo político) para llevar adelante su propuesta sin el otro. Ahora a la tangente que plantea para saltear esa limitación, que tampoco es nueva. Toca una fibra histórica medular: el federalismo.

En la categoría de malos casi todos los gobernadores del país, que representan aspiraciones y objetivos de (casi) un mismo y vasto electorado, y se distinguen esta vez (por mucho), en que en su mayoría son una nueva generación, y no la cohorte obsecuente de los últimos años. De un lado la legitimidad de un resultado de segunda vuelta; del otro, los resortes políticos institucionales para hacer que las cosas pasen. De un lado el manejo de los recursos fiscales coparticipables; del otro, la titularidad de los recursos naturales y acciones judiciales (competencia originaria ante la Corte). Así están los bandos y sus herramientas; el país en el medio. Tal vez la historia ayude de algo: en 1820 ocurrió el motín de Arequito.

Liderados por BUSTOS y PAZ, muchos entendieron que no podían seguir con los enfrentamientos intestinos, desobedecieron las órdenes del Directorio porteño y se fueron a sus provincias. Ahí se inauguró la anarquía del año 20, que por treinta años tuvo sumida a la Nación en una cruenta guerra civil. Además de repasar un poco la historia, convendría preguntarse si queremos repetirla.

ESF

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